Turismo de interior - Rafa Vega
16630
post-template-default,single,single-post,postid-16630,single-format-standard,bridge-core-2.9.8,qode-page-transition-enabled,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-theme-ver-28.2,qode-theme-bridge | shared by wptry.org,disabled_footer_top,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.7.0,vc_responsive
 

Turismo de interior

Turismo de interior

Desde la megafonía de este salón que es ahora el particular aeropuerto en el que aterrizan puntualmente mis pensamientos, una azafata anuncia que ya falta poco para que falte mucho. Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que no planeábamos, sino volábamos. La bandera de este país llamado sofá es la manta con la que me protejo de un invierno que dura ya 11 meses. Y mis recuerdos son el espacio Schengen por el que deambulo sin necesidad de pasaporte.

Para viajar a mis obsesiones no hay que comprar billete. Pero es un viaje, al fin y al cabo. Y sin salir de casa, aunque mi cuerpo esté aquí pero mi mente allí. Este infinito domingo por la tarde en que se ha convertido la vida llega a la hora programada, sin retrasos ni cancelaciones. Otra vez de manera compulsiva se acomoda en mi particular asiento en business la sensación de que el fin de semana no te devuelve lo que te has esforzado de lunes a viernes en el trabajo. Ni premio de consolación.

Dando un paseo por mi conciencia me doy cuenta de que no hacer nada es más difícil que hacer algo. No hacer nada es pasear por los callejones sin salida que son esa gota que cae del grifo cada segundo, durante horas, con aspiración de convertirse en mar. No hacer nada es que ahora mi único baile sea de números. No hacer nada es pedir la carta en este restaurante en el que lo que te comes es la cabeza. Y no hacer nada es perderte una vez más por no tener el plano en esta ciudad llamada uno mismo.