4 de agosto - Rafa Vega
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4 de agosto

4 de agosto

El hostel en el que viví aquel verano en Brighton apenas era un lugar de paso. Me di cuenta a la semana de llegar, al comprobar cada día el ir y venir de maletas y de abrazos de despedida. Todos tenían algo en común: cuando terminaba el ritual del adiós nadie miraba atrás. Hasta el punto, incluso, que algunos de ellos ni siquiera avisaba de su marcha. Simplemente dejaban una nota de despedida en el tablón de anuncios para no pasar por el trago. Una de ellas, de hecho, acababa con un “never look back” que se me quedó grabado a fuego porque nunca lo había hecho.

Durante las semanas posteriores me fui preparando para esa “despedida-sin-mirar-atrás”. Hasta que llegó el 4 de agosto la inevitable fecha del regreso a casa. Algunos de los buenos amigos que hice allí se empeñaron en ponérmelo más difícil viniendo a despedirme a la estación. Había sido un mes muy intenso, éramos conscientes de que sería difícil que nos volviéramos a ver y sabíamos lo duro que resultaba separarnos. Yo no les di el adiós de película que nos merecíamos. Simplemente agarré la maleta y empecé a caminar por el andén con la única obsesión de no mirar atrás. No lo hice ni cuando subí al tren.

De camino a Gatwick entendí la razón por la que ninguno de mis predecesores en despedidas había mirado atrás. No lo hacían porque eso les impediría mirar hacia adelante. En ese trayecto comprendí que el final es el principio y que lo que antes era el fondo del mar ahora es la playa. Se trata de pasar página sin el temor a que la siguiente también esté en blanco.

De las despedidas he aprendido que no hay que mirar hacia afuera, sino hacia adentro. Es el momento en el que si trabajas la aceptación encuentras que el único refugio para protegerte eres tú. Y eso te alivia. Quizás tendría que saldar cuentas con aquellos a quienes no dije adiós desde aquel 4 de agosto. Pero ese día me prometí no mirar atrás.